Mark Twain
Mi amor platónico
Colección: Centellas 182
Traducción de Silvia Alemany
Páginas: 62
Formato: 11 x 14 cm
Encuadernación: Rústica
ISBN: 978-84-9716-486-3
Año aparición: 2.022
Precio sin IVA: 8,17€
Precio con IVA: 8,50€
Para Adán, el paraíso era donde estaba Eva.
Mark Twain
Samuel Langhorne Clemens (1835-1910), conocido como Mark Twain, escribió Mi amor platónico en 1898, a los sesenta y tres años; pero no apareció hasta 1912 en Harper’s Magazine. Es fácil reconocer a Twain en el narrador, de hecho, dio muchas pistas para ello. Sin embargo, la identidad de la figura femenina fue difícil de establecer, entre otras razones por la negativa de la hija de Twain a publicar la Autobiografía que su padre dictó los últimos años de su vida. La mayoría de los estudiosos de Twain están de acuerdo en que la muchacha de sus sueños fue Laura M. Wright (1845–1932), a quien conoció en 1858 en Nueva Orleans mientras pilotaba el Pennsylvania, en el Misisipi. Ella era sobrina de otro piloto amigo de Twain. El escritor se enamoró de ella, pero solo pudo verla durante tres días, tras los cuales la joven abandonó Nueva Orleans, pero mantuvieron correspondencia durante unos dos años. En 1860 Twain decidió visitarla en Warsaw, Indiana, para formalizar la relación, pero no fue bien acogido por la familia.
Twain no volvió a ver a Laura más que en sueños. Ella se casó en 1864 y fue directora de una escuela en San Francisco, donde vivía cuando Twain dio una conferencia en 1866; es poco probable que Laura asistiera. Twain recordará a Laura toda su vida: en sus cuadernos, en su correspondencia y en su Autobiografía. Ella fue el modelo de muchas de sus heroínas. En 1880 Twain tuvo un contacto indirecto con Laura a través de uno de sus alumnos, que le escribió mencionando a su profesora. Twain, en las cartas al joven, manifiestó no haberla olvidado. Sus últimos contactos fueron en 1906: Laura escribió a Twain pidiendo ayuda para un muchacho que no podía financiar su educación y comenzaron a cartearse. De esta correspondencia nada sabemos pues Laura hizo jurar a un amigo que destruiría las cartas tras su muerte; su deseo se cumplió.